Conflictos Internos

Este segundo año de voluntariado lo inicié conociendo nuevos compañeros, algunos de ellos llegaron desde otros países como Colombia, Honduras y Estados Unidos, y otros desde distintas regiones del Perú, el país donde hoy sirvo como voluntaria YAV. Es una experiencia nueva que me permite acercarme a otras costumbres y culturas diferentes a la mía.

 

Durante nuestra semana de orientación, tuvimos una noche folclórica, un espectáculo de danzas peruanas. Se supone que allí debía sentirme orgullosa de mis raíces, de mis danzas, de mi cultura, pero mientras sonaba la música titulada “Somos peruanos”, una incomodidad empezó a crecer dentro de mí. Sí, soy peruana, pero no puedo repetir esas palabras como un canto vacío. No somos un pueblo unido, vivimos en un país fracturado, donde cada región carga con su propia herida, donde la palabra democracia se nos repite una y otra vez como si fuera un escudo para tapar injusticias. Yo me pregunto: ¿qué clase de democracia es esta, donde el pueblo no decide, donde los poderosos mandan, y el sufrimiento de los humildes no cuenta?

 

Incluso nuestras danzas y nuestra cultura son usadas como adorno. Las autoridades las exhiben en ceremonias oficiales, en discursos vacíos, como si con eso nos representaran. Pero esas mismas manos que levantan nuestras banderas fueron las que firmaron la orden para que dispararan contra nuestros hijos y hermanos. Nuestra cultura no es un vestuario para su escenario. Es vida, es fuerza, es memoria de quienes ya no están.

 

Son pensamientos que hoy me atraviesan. Me pregunto si debería disfrutar de estos eventos donde tantos cantan con amor a una patria que no sienten desgarrada como yo. Porque mientras algunos celebran con orgullo, nosotros —los familiares— seguimos luchando por justicia, con el dolor de saber que esa misma patria a la que cantan fue capaz de asesinar a los nuestros




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